Acogemos la promesa.

Domingo de Pentecostés. A
30 mayo, 2020
Ora 30′. Oraciones disponibles aquí
1 junio, 2020

Retablo Mayor de la Catedral Oviedo.

 

 

Con una energía que no es nuestra, con unas posibilidades que no son nuestras. En un tiempo y en un espacio que en el fondo no nos pertenecen. Lo dice el salmista en el salmo de la Misa de Pentecostés, cuando al hablar de las criaturs dice que si el Señor les retira el aliento «expiran y vuelven a ser polvo». Es verdad que con lo que se nos ofrece en la vida, hay quien construye y hay también quien malgasta; el misterio de la libertad. Pero la posibilidad primera, aquello sobre lo que la libertad hace palanca, no es nuestro.

De hecho, todos hemos vivido situaciones planeadas y esperadas donde nos hemos visto inesperadamente desprovistos de la energía necesaria. Y como damos nuestras fuerzas por descontadas, como si fuesen sólo nuestras, cuando no disponemos de ellas, nos entra un cierto desconcierto… El empujón primero, justo el que es imprescindible, no es nuestro: nos es dado.
Esto es así en todo. Y de manera especialísima en lo más decisivo que un ser humano puede hacer: afirmar a Jesucristo, reconocerle Señor, identificar su presencia entre nosotros, y seguirlo en el camino de la fe. Esto es posible por el Espíritu que nos es dado. Es posible porque no partimos de cero, sino del don.

Deberíamos hacer como el salmista: reconocerlo.  Y este mismo ejercicio que hacía él -que hasta llegó a ponerlo por escrito- sería como un cincel estupendo en las manos de Dios, que nos iría modificando, dándole nueva forma a nuestra personalidad. Y haría de nuestra vida un diálogo precioso con el Señor. Porque se le llena a uno el corazón de preguntas al descubrir el empeño de Dios por lo nuestro, por nuestra obra, por nuestra vocación. Y Dios está siempre disponible para un diálogo con nosotros, para la convivencia con nosotros.

La Iglesia nos ayuda. Y celebra esta fiesta grande: Pentecostés. Porque el Espíritu Santo es el Amor entre el Padre y el Hijo. Justo de donde sale todo. El origen. De la vida. De la luz de hoy. El movimiento de todas las cosas. Y por supuesto, nosotros. La fuente inagotable y eterna de afecto, y de nuestra pertenencia a Él.
Es también
la fiesta de toda la Iglesia. Que con un corazón agradecido reconoce el don de Dios. Y la alegría de quien lo reconoce, se convertirá en esperanza para la vida.

Sintamos el gozo de ser la Iglesia de Jesús. Y recibir la promesa.

 

Ora 30´

rezandovoy