Broche de oro de la Pascua

Domingo de Pentecostés. Ciclo C.
8 junio, 2019
Domingo de la Trinidad. Ciclo C
15 junio, 2019

 

 

-Pentecostés es el «sello» o colofón de la cincuentena.

Toda la relevancia de Pentecostés le viene por ser el último día de la cincuentena. Algo así como el broche de oro con que se clausura solemnemente este tiempo privilegiado del año litúrgico, durante el cual se ha prolongado la fiesta de Pascua, y que ha constituido una especie de gran día de fiesta prolongado a lo largo de cincuenta días. Esto lo deja entender claramente la colecta de la misa vespertina de la Vigilia.

-La culminación del Misterio Pascual. Lo peculiar de Pentecostés –la fiesta del día «cincuenta»- es esto precisamente: celebrar el misterio pascual en su plenitud. Y la plenitud la viene conferida a la Pascua por la donación del Espíritu.

«¡El Espíritu del Señor llena la tierra!» Es el domingo de Pentecostés, y la Iglesia exulta de gozo. Pentecostés es una hermosa fiesta. El esplendor de su liturgia se puede apreciar por las palabras y la música de dos obras maestras: el himno Veni, Creator Spiritus y la secuencia Veni, Sancte Spiritus. El primero se canta en vísperas; el otro, en la misa. Ambos se dirigen al Espíritu Santo, invocándolo como creador y santificador.

Las solemnidades de este día conmemoran los acontecimientos del primer Pentecostés, que san Lucas describe tan vivamente en los Hechos (2,1-11). Este relato se encuentra como primera lectura de la misa. A todos nos es familiar la escena del cenáculo de Jerusalén. El pequeño grupo de discípulos sintió un fuerte viento; luego las lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos; empezaron a hablar en lenguas extranjeras, y muchos de los observadores se convirtieron inmediatamente. Esos fueron los fenómenos que anunciaron la venida del Espíritu Santo en el primer Pentecostés.

La Iglesia no sólo recuerda este acontecimiento, sino que lo revive en el misterio de la liturgia. El Espíritu que «se cernía sobre las aguas» al inicio de la creación, el Espíritu que descendió como viento y fuego en la mañana de Pentecostés, continúa viniendo y moldeando las vidas y los destinos de los hombres. En todas las épocas, la Iglesia ha experimentado la potente presencia y el suave influjo del Espíritu. En este día la iglesia celebra litúrgicamente su venida, y ruega para que siga viniendo a renovar la faz de la tierra y a encender en los corazones de los hombres el fuego de su amor.

En nuestros días, Pentecostés ha adquirido una relevancia y actualidad mayores que las que tenía tiempo atrás. El concilio Vaticano II echó los cimientos para una mayor conciencia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y de cada uno de los cristianos.

Todo gran movimiento en el seno de la Iglesia ha de atribuirse al Espíritu Santo. El papa Pío XII describió el movimiento litúrgico como «soplo del Espíritu Santo en la Iglesia». Otro tanto puede decirse del movimiento ecuménico, que está acercando a los cristianos hacia la unidad. También el movimiento carismático muestra signos de la acción del Espíritu, preparando lo que el cardenal Suenens describe como «un nuevo pentecostés»[1].

 [1] Su conocida obra sobre la renovación carismática lleva por título A New Pentecost, Darton Longman and Todd.

La era de la Iglesia comenzó en Pentecostés, con la venida del Espíritu de Cristo sobre María, su Madre, los Apóstoles y sobre los discípulos que estaban reunidos en oración en el Cenáculo. «Dicha era empezó en el momento en que las promesas y profecías, que explícitamente se referían al Paráclito, el Espíritu de la verdad, comenzaron a verificarse con toda su fuerza y evidencia sobre los apóstoles, determinando así el nacimiento de la Iglesia». Verdaderamente nace la Iglesia en Pentecostés y con ello da comienzo la era de la Iglesia, pero la gestación que precede al nacimiento lo compone la vida terrena de Cristo, es decir la acción del Espíritu Santo en todos y cada uno de los actos –gestos y palabras– que acompañaron el transitar terreno del Verbo hecho Hombre.

 

¡Hola, te deseo buena fiesta de la Pascua del Espíritu! Recuerda, tu bautismo, con gratitud.
Te dejo el canto de la «secuencia» para que sigas  acogiendo lo que te deja en el corazón.