Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!» Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: ‘Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti’. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».
… Juan que bautizó a Jesús, en el río Jordán y fue testigo de cómo el Espíritu le ungía. Hoy está en la cárcel, y manda preguntar. ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
Me brota un sentimiento de admiración por Juan, por su vida y su pregunta. Y Jesús le recibe, y le responde, con hechos: ciegos, cojos, sordos, leprosos, son curados. Su vida cambia. Donde el Señor toca, viene la vida, sana, nace la alegría. La respuesta a nuestras dudas es simple: si el encuentro con Él ha cambiado algo, ha producido alegría, coraje, confianza, apertura de corazón, generosidad, belleza de vida. Si vivo mejor, entonces él es quien tiene que venir. Bienaventurada/o si lo sientes como una pequeña y muy fuerte semilla de luz.
Lee, medita, ora, contempla.