Presentación del Señor. Ciclo A

«Fiesta del Encuentro.»
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3 de febrero. Fiesta de San Blas
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Presentación del Señor. Procesión por el Claustro del Monasterio.

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

 

En este día de la Presentación del Señor, los dos ancianos Simeón y Ana serán nuestros maestros en el arte de vivir el Evangelio. Simeón cuyo nombre significa «Dios ha escuchado» ha sabido configurar toda su vida, día tras día para hacerse capaz de reconocer y acoger la salvación y la gracia de Dios bajo la forma más insospechada. Un Dios que se manifiesta en la inocencia, la indefensión, la pequeñez, la ternura, pero, también en el conflicto y el dolor que entraña la apuesta por los valores del Reino…

Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser… significa «Dios concede gracia». Ana es una especialista en el júbilo, en encontrar la alegría y la dicha verdaderas ahí donde están. Simeón y Ana, nos enseñan a esperar y vislumbrar la luz.  Son ancianos, y lo saben, pero podrán morir bien vivos porque han sabido acoger gozosamente, señalar, dar testimonio y abrir paso al que es la Luz. Jesús.

Lee, medita, ora, contempla.

 

Monasterio de San Pelayo
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