Homilía de M. Abadesa. M. Rosario del Camino, en el Oficio de Lecturas, en la Solemnidad de Santa Escolástica.
Algo que puede ayudarnos a celebrar, a saborear con más intensidad las fiestas, es mirar con agradecimiento y asombro los textos que la madre Iglesia elige para cada una de ellas.
La fiesta de un santo, de un hombre o una mujer que vivieron desde la profundidad de su ser, donde Dios habita, la fiesta de estas personas que en su mirada llevaban la luz de Dios, nos llama siempre a maravillarnos de cómo recorrieron su camino para ser como Cristo, para vivir su misma vida.
Para Santa Escolástica hemos cantado ayer en nuestra oración de I Vísperas el salmo 112, Alabad, siervos del Señor, el salmo que cantaba uno de los mártires de Japón que celebrábamos el sábado pasado. Y pudo cantarlo en la cruz, en medio del dolor, porque lo sabía de memoria, porque en la catequesis de Nagasaki se les hacía aprender a los niños ciertos salmos.
Un salmo que une la grandeza y la misericordia de Dios. Es tan grande Dios, tan por encima de todo, que, si quiere mirar al cielo, tiene que abajarse; para mirar el alto cielo, tiene que bajar de su trono -como cuando nosotros hacemos un pozo en busca de agua-.
Y es tan misericordioso que se agacha a recoger, no lo valioso sino, al pobre que está en la basura, y Dios lo alza, no para ponerlo en un lugar aparte, aunque digno, sino en un lugar visible, donde está el futuro de lo más querido suyo: su pueblo, -para hacerle sitio, al pobre, junto a sus príncipes de su pueblo.
Estos días de atrás hemos escuchado con gusto en el refectorio el libro de las Miróforas, portadoras de perfumes en las madrugadas del mundo[1].
Santa Escolástica nos resulta un poco escasa para poder celebrar, apenas conocemos detalles de su vida, ni conservamos textos escritos de su puño y letra…, pero no lo es si recogemos con cuidado su perfume:
Ella nos ayuda a recordar lo importantes que son:
– El encuentro
– El diálogo
– El deseo de compartir la vida espiritual que llevamos dentro; y hacerlo.
– La fuerza de la oración, de la plegaria confiada y perseverante.
Cada día seamos también nosotras miróforas y alumbremos todas las noches, todas las madrugadas con el bálsamo de los salmos que la Iglesia pone en nuestros labios y en nuestro corazón.
[1] LÓPEZ VILLANUEVA, Mariola, Miróforas. Portadoras de perfumes en las madrugadas del mundo, Ed. Paulinas, Madrid 2020.