San Pelayo era un niño de su tiempo, nacido en una familia cristiana, donde inició su propio camino cristiano, a través de sus múltiples experiencias y elecciones, será un proceso de hacer crecer a Cristo en su propia vida, a la medida del bautismo.
Es esa “semilla depositada en el inicio del camino” y regada por el Espíritu de Dios a través de muchas personas que el Señor puso en su camino, la que está llamada a crecer y ahí está ya en germen nuestra vocación, nuestra llamada, incluso nuestro nombre, pronunciado por Dios desde siempre y para siempre.
Para Pelayo, el tiempo que pasó en la cárcel fue muy duro, pero fue descubriendo el «tesoro» que guardaba en su corazón, cosas de dentro, muy hondas, cosas de Dios que le daban toda la fuerza para poder decir: «No renunciaré a mi fe en Jesucristo»
Aquí, en el altar mayor del Monasterio, reposan sus restos. A quienes lo visitan, siempre les deja «algo en el corazón»
Pelayo, durante el tiempo de la cárcel «Escuchó la voz del Señor»
Te invito a «escuchar ….». Guarda en tu corazón lo que te llegue.