«TÚ ERES MI HIJO AMADO»

LEVÁNTATE, BRILLA, LLEGA TU LUZ
6 enero, 2024
VENID Y VERÉIS
13 enero, 2024

Mc. 1,6 b-11.

En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma.
Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»

 

Comparto la experiencia de Olivier Clément. Aporta a mi fe, belleza, convicción, y una profunda alegría.
«Recibí el bautismo en la Iglesia ortodoxa. Tenía treinta años, era una opción lúcida y seria. Una opción consciente, si se quiere, aunque hace falta toda la vida, para ser consciente de la gracia bautismal, para morir y renacer en Cristo. Llovía. Anduve mucho tiempo bajo la lluvia, quise ir a pie, a pesar de París, en esa decisiva peregrinación. La lluvia es signo de fecundidad y yo iba hacia mi propio nacimiento. El agua que me resbalaba por la cara estaba fría y pura, el agua bautismal. No se tiene tiempo para emocionarse en el momento de la inmersión y es una pena. El crisma sigue sin interrupción: “Sello del don del Espíritu Santo” dice el sacerdote, ungiendo la
frente, los ojos, la nariz, la boca, los oídos, los oídos, el pecho junto al corazón, las manos y los pies. Con el fin de que en adelante se piense, se vea, se oiga y se respire, se hable, se actúe y se mueva en el Espíritu. Como si el espacio de la muerte, por la cruz pascual se hubiera troncado en espacio del Espíritu. Yo estaba muy sereno, sin exaltación. Todo empezaba. Se necesitaba mucho tiempo, ya lo sabía yo, para que esas palabras, esas fuerzas, ese aliento se trasluciesen en algo. Pero desde ese momento la luz, estaba dentro.
Recuerdo el Credo. Cada palabra me abría la inteligencia. Me dijeron que lo había recitado con fuerza; no lo sé. Se reunió un grupo para la celebración litúrgica, en la que yo comulgaría el primero. Alguien se acercó a abrazarme.
Han pasado muchos años desde mi entrada en la Iglesia. La Iglesia no decepciona cuando se ha comprendido lo que es: es la tierra que nos alimenta, esa gran fuerza de vida que nos es ofrecida y que nos corresponde llevar libremente a la obra. Cuando yo era pequeño, quería vivir cerca del mar. En el pueblo, para consolarme, mi abuelo me hacía oír el ruido de las olas en el hueco de una concha. La Iglesia es el mar que canta siempre en la concha del mundo. Ando junto al mar.» Olivier Clément. El Otro sol. Ed. Narcea.
Lee, medita, ora, vive tu fe