«Arriésgate a entrar…»

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     “La llevaré al desierto y hablaré a su corazón”. (Os 2, 16-22)

A ti y a mí, junto con toda la Iglesia, nos llega esta invitación del Señor: Te llevaré…

Arriésgate a entrar. Déjate llevar, entra en el silencio del desierto, mira las huellas de los pies que, a lo largo de la “historia”, han emprendido este camino cuaresmal, han entrado en el desierto con sentido y sentían su presencia convertida en fortaleza, empuje y paz.

     En el camino cuaresmal, la figura de María aparece con sobriedad, con discreción, con sigilo, casi de puntillas. El centro de la cuaresma es la profesión bautismal y los compromisos que ella supone. En definitiva, el centro cuaresmal es la preparación a la pascua. En el camino, como una más, pero como creyente significativa, está María.  Es un modelo. Ella ha recorrido también ese camino. Como lo recorrió su Hijo, como lo tiene que recorrer cualquiera que sea seguidor de Cristo.

La Cuaresma es un camino que recorremos, “entregados”, más intensamente a escuchar la Palabra de Dios y a la oración. De este modo, nos convertimos, en auténticos discípulos de Cristo. Pero no basta escuchar, hay que retener, saborear y meditar en el corazón, como María, la palabra que nos es dada. Sólo el corazón que retiene la palabra, como la semilla que cayó en tierra buena, produce frutos de vida eterna.

     San Benito quiere que la vida del monje sea una perpetua cuaresma, no es tanto porque él piense que su santificación pasa por un ayuno riguroso permanente, sino porque las disposiciones interiores que constituyen el camino cuaresmal, como son la conversión, la compunción interior y la purificación del pecado, no pueden dejar de estar presentes en la vida de un monje, ni de cualquier persona que aspire sinceramente a la unión plena con Dios. Sin embargo, como tal virtud es de pocos, la Iglesia instituye este tiempo de misericordia, para guardar nuestra vida con pureza y corregirnos  de los vicios de todas las demás épocas. Es un tiempo propicio para mirar nuestras vidas con sinceridad en la presencia de Dios, y discernir que aspectos de nuestra vida, en la actualidad, constituyen un obstáculo a la acción de la gracia.

Teresa de Calcuta tiene una reflexión que me parece preciosa: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio”.

Si quieres compartir con nosotras «este precioso camino de gracia»  Orar, escuchar juntas, la Palabra que el Señor nos va comunicando, como el alimento diario para el camino…Puedes venir a la celebración empieza a las 7.00 h. de la tarde.

 

rezandovoy

 

Ora 30