Belleza sin igual

Adviento, las promesas se cumplen
1 diciembre, 2018
Inmaculada Concepción de la Virgen María. Solemnidad.
7 diciembre, 2018

Muchas veces nos sentimos saturados, en los distintos medios de comunicación, por tantas  noticias  de catástrofes, enfrentamientos  y desórdenes de mil formas. Y naturalmente no nos sentimos indiferentes ante tanto dolor y sufrimiento. Algo se nos mueve, o conmueve, en nuestro propio ser. Algo atrapado por la impotencia, y la sinrazón. Y es normal que, ante esta realidad, queramos saber enfrentarnos ofreciendo algo, al menos, de consuelo, de ayuda, de cercanía y comprensión ante tantas víctimas. Y muchas veces, lo único que acertamos a hacer  es dejar salir  una oración sentida, poniendo a María como intercesora.

Dice Von Balthasar en su libro La percepción de la forma,  hablando de la revelación en el ocultamiento,  que cuando queremos manifestar algo desde nuestro ser profundo, “lo que se manifiesta es lo que, en su manifestación,  al mismo tiempo queda oculto. El alma se expresa y se muestra… y sin embargo, queda a la vez “detrás” de la manifestación, donde se construye una cavidad, un velo”. Y pienso que eso nos ocurre tanto en el expresar nuestro sentir como en el hablar. Quisiéramos que nuestros sentimientos y palabras, brotaran de nuestro ser como de un espacio totalmente limpio, totalmente libre y  bello. Mas constatamos nuestra impotencia. Por ello tantas veces nuestra oración, sobre todo de intercesión, la depositamos en María porque intuimos y creemos que Ella conoce eso profundo nuestro tan oculto, que no sabemos manifestar.

Desde esta consideración, comparto mi reflexión ante la Fiesta de María Inmaculada. Si toda palabra nuestra, para que tenga en verdad vida, ha de ser recibida y entrar en  un espacio lo más limpio y bueno posible, ¿cómo habría de ser el espacio humano del ser de María, para que entrara en Ella la Palabra de Dios mismo, que es la manifestación del Amor de Dios en el Hijo? Sin duda que el ser de María habría de ser tan puro, tan limpio que nada en Ella podía quedar oculto tanto en su recibir como en  su dar. Un espacio creado por Dios mismo en el que poder entrar Él mismo.

Por eso celebramos su Inmaculada Concepción a las puertas del Adviento. María, tras escuchar la palabra del Ángel, la recibió y creyó. Hágase, sí. Y la Palabra entró en Ella,  germinando en un lento silencio hasta  ser dado a la Luz, como Humano, el Día de NAVIDAD.

Pienso que en todo cuanto vivimos, tanto anuncios gozosos como dolorosos, hacemos bien en confiárselos a Ella, a la que veneramos como Madre de Dios y de los hombres, ya que su ser de Mujer nacida en Gracia, puede acoger todas nuestras preguntas vitales y misteriosas, porque en Ella irán germinando en el silencio de su ser, puro, ya glorioso, como un Adviento en el tiempo, donde todas nuestras impotencias ante el dolor , la desesperación, la esperanza y hasta las muertes de tantos hermanos nuestros, despertarán  en La VIDA.