«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

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Claudio Pastro

Lc 23,35-43.

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

 

Lucas nos guía para rastrear el tesoro de la realeza en el lugar más inapropiado, en el pequeño espacio de la cruz. Esa cruz es el abismo donde Dios se hace amante. Un hombre, le pide una demostración de bondad: «¡Acuérdate de mí!». ¿Qué vio aquel hombre? Lo dice en una sola frase, de sublime sencillez: «No ha hecho nada malo». Basta percibir esto para abrirle el corazón, el malhechor intuye en ese corazón limpio y bueno el primer paso de una historia diferente, ve otra forma posible de ser humano, el anuncio de un mundo de fraternidad y perdón, de justicia y de paz. Y es en este ámbito donde pide entrar. «Estarás conmigo», responde el amante.  

El reino de Dios vendrá cuando nazca, en el corazón nuevo de las criaturas, la obstinación del amor, y cuando esta obstinación avance desde las periferias de la historia para ocupar el centro de la ciudad de los hombres. Sólo así nuestra crónica se convertirá finalmente en historia sagrada.

Lee, medita, ora, contempla.