LA ESCUELA DE LOS ÁRBOLES

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Lc 6, 39-45

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
… No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».

 

El árbol, bueno, da frutos buenos. Jesús nos lleva a la escuela de la sabiduría de los
árboles. El hombre bueno saca cosas buenas del buen tesoro de su corazón. Nuestra vida está viva si hemos cultivado la esperanza, la pasión por el bien, por la sonrisa, por política posible, una “casa común” donde sea posible vivir en paz.
La primera ley de un árbol es la fertilidad, el fruto. Y es la misma regla básica la que
inspira el Evangelio: una ética del buen fruto, de la fecundidad creativa, del gesto que hace el bien, de la palabra que consuela y cura, de la sonrisa.
El corazón del cosmos, es dar. Es decir, crecer y florecer, crear y dar. 
Muchas personas cambiarían su forma de vivir, si fueran capaces de escuchar en su interior, sin prisas, lo bueno que Dios ha sembrado en ellas y en los demás.
El Evangelio nos habla de centrar la vida, porque ello nos ayuda a generar unas actitudes buenas. Para los creyentes en Jesús, él es ese centro, haz un poco de silencio y escucha a tu Dios. 
Lee, medita, ora, contempla.