I Domingo de Adviento. Ciclo C

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El viaje de nuestra vida es para alcanzar la semejanza. Ireneo de Lyon señala la moldeabilidad como una de las condiciones para descubrir lo que ya estaba en el origen: “Pon  en sus manos un corazón blando y moldeable y conserva la imagen según la cual el Artista te plasmó; guarda en ti la humedad, no vaya a ser que, si te endureces, pierdas las huellas de sus dedos…no huyas de sus manos.»

 

La imagen para vivir el ADVIENTO en esperanza.  Y el texto, de un himno que cantaremos muchas veces en la Liturgia: “Va a florecer el desierto, con flores de ternura, Dios da corazón nuevo, con paz y gozo, que duran”. ¡Feliz Adviento! Y si puedes repite con la Iglesia, con tantos hombres, mujeres, jóvenes, niños.

¡Marana tha! ¡Ven Señor Jesús! Dejándole espacio, orando con todo tu ser. ¡Marana tha! ¡Ven Señor Jesús!

 

 Lc 21,25-28.34-36.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá signos en el sol, la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad
ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».