XXIX Domingo. TO. Ciclo B. Mc 10,35-45.
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.» Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?»
Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»
La comunidad mesiánica no necesita ricos para edificarse, ni buenas autoridades sino buenos servidores, gentes que sepan ayudar a los demás de forma intensa, eficaz, cariñosa, creadora.
La Iglesia nace del costado abierto de Jesús Jn 19,31-36. Y según Marcos, del mismo camino de su entrega mesiánica.
Leído en este contexto, el evangelio de Marcos aparece como manual de una Iglesia de servidores. Allí donde parece que todo está acabado empieza todo; La vida adquiere su más hondo sentido, surgen relaciones nuevas, fundadas en la gratuidad, hay futuro para los niños, fidelidad. Esto es posible porque “El Hijo del Hombre no ha venido a que le sirvan”. Jesús, lleva ceñida una toalla. Contempla a Jesús.
Lee, medita, ora, sueña con una Iglesia Sinodal.